Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor. Pues si vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio porque todo ha de pasar por tal manera. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos. Invocación: Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; no curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores; A aquél sólo me encomiendo, aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo el mundo no conoció su deidad. Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos. Este mundo bueno fue si bien usáramos de él como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel hijo de Dios, para subirnos al cielo descendió a nacer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdamos: de ellas deshace la edad, de ellas casos desastrados que acaecen, de ellas, por su calidad, en los más altos estados desfallecen. Decidme: la hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, el color y la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega al arrabal de senectud. Pues la sangre de los godos, y el linaje y la nobleza tan crecida, ¡por cuántas vías y modos se pierde su gran alteza en esta vida! Unos, por poco valer, ¡por cuán bajos y abatidos que los tienen! otros que, por no tener, con oficios no debidos se mantienen. Los estados y riqueza que nos dejan a deshora, ¿quién lo duda? no les pidamos firmeza, pues son de una señora que se muda. Que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa. Pero digo que acompañen y lleguen hasta la huesa con su dueño: por eso nos engañen, pues se va la vida apriesa como sueño; y los deleites de acá son, en que nos deleitamos, temporales, y los tormentos de allá, que por ellos esperamos, eternales. Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos, no son sino corredores, y la muerte, la celada en que caemos. No mirando nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta, no hay lugar. Si fuese en nuestro poder hacer la cara hermosa corporal, como podemos hacer el alma tan glorïosa, angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta, en componer la cativa, dejándonos la señora descompuesta! Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas, por casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; así que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores y prelados, así los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias. No curemos de saber lo de aquel siglo pasado qué fue de ello; vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello. ¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué fue de tanta invención como trajeron? Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras, ¿fueron sino devaneos? ¿qué fueron sino verduras de las eras? ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían? Pues el otro, su heredero, don Enrique, ¡qué poderes alcanzaba! ¡Cuán blando, cuán halaguero el mundo con sus placeres se le daba! Mas verás cuán enemigo, cuán contrario, cuán cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuán poco duró con él lo que le dio! Las dádivas desmedidas, los edificios reales llenos de oro, las vajillas tan febridas, los enriques y reales del tesoro; los jaeces, los caballos de sus gentes y atavíos tan sobrados, ¿dónde iremos a buscallos? ¿qué fueron sino rocíos de los prados? Pues su hermano el inocente, que en su vida sucesor se llamó, ¡qué corte tan excelente tuvo y cuánto gran señor le siguió! Mas, como fuese mortal, metióle la muerte luego en su fragua. ¡Oh, juïcio divinal, cuando más ardía el fuego, echaste agua! Pues aquel gran Condestable, maestre que conocimos tan privado, no cumple que de él se hable, sino sólo que lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros? ¿Qué fueron sino pesares al dejar? Y los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, que a los grandes y medianos trajeron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad que tan alta fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue amatada? Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes y varones como vimos tan potentes, di, muerte, ¿dó los escondes y traspones? Y las sus claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruda, te ensañas, con tu fuerza las atierras y deshaces. Las huestes innumerables, los pendones, estandartes y banderas, los castillos impugnables, los muros y baluartes y barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? que si tú vienes airada, todo lo pasas de claro con tu flecha. Aquél de buenos abrigo, amado por virtuoso de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso y tan valiente; sus hechos grandes y claros no cumple que los alabe, pues los vieron, ni los quiero hacer caros pues que el mundo todo sabe cuáles fueron. Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados y parientes! ¡Qué enemigo de enemigos! ¡Qué maestro de esforzados y valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Cuán benigno a los sujetos! ¡A los bravos y dañosos, qué león! En ventura Octaviano; Julio César en vencer y batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber y trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su brazo, Aureliano; Marco Tulio en la verdad que prometía. Antonio Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en elocuencia; Teodosio en humanidad y buen talante; Aurelio Alejandro fue en disciplina y rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el gran amor de su tierra. No dejó grandes tesoros, ni alcanzó muchas riquezas ni vajillas; mas hizo guerra a los moros, ganando sus fortalezas y sus villas; y en las lides que venció, muchos moros y caballos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas y los vasallos que le dieron. Pues por su honra y estado, en otros tiempos pasados, ¿cómo se hubo? Quedando desamparado, con hermanos y criados se sostuvo. Después que hechos famosos hizo en esta misma guerra que hacía, hizo tratos tan honrosos que le dieron aún más tierra que tenía. Estas sus viejas historias que con su brazo pintó en juventud, con otras nuevas victorias ahora las renovó en senectud. Por su grande habilidad, por méritos y ancianía bien gastada, alcanzó la dignidad de la gran Caballería de la Espada. Y sus villas y sus tierras ocupadas de tiranos las halló; mas por cercos y por guerras y por fuerza de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portugal y en Castilla quien siguió su partido. Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero: después de tanta hazaña a que no puede bastar cuenta cierta, en la su villa de Ocaña vino la muerte a llamar a su puerta, diciendo: «Buen caballero, dejad el mundo engañoso y su halago; vuestro corazón de acero, muestre su esfuerzo famoso en este trago; y pues de vida y salud hicisteis tan poca cuenta por la fama, esfuércese la virtud para sufrir esta afrenta que os llama. No se os haga tan amarga la batalla temerosa que esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dejáis, (aunque esta vida de honor tampoco no es eternal ni verdadera); mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal perecedera. El vivir que es perdurable no se gana con estados mundanales, ni con vida deleitable en que moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones y con lloros; los caballeros famosos, con trabajos y aflicciones contra moros. Y pues vos, claro varón, tanta sangre derramasteis de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganasteis por las manos; y con esta confianza y con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperanza, que esta otra vida tercera ganaréis.» «No tengamos tiempo ya en esta vida mezquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; y consiento en mi morir con voluntad placentera, clara y pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura. Oración: Tú, que por nuestra maldad, tomaste forma servil y bajo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos sufriste sin resistencia en tu persona, no por mis merecimientos, mas por tu sola clemencia me perdona.» Fin: Así, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos y hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio (en cual la dio en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió dejónos harto consuelo su memoria.
Jorge Manrique
1440 - 1479
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