La mañana comenzó temprano para mí. A las siete y cuarto me
desperté y a las nueve ya estaba abriendo la puerta de la oficina en la que
trabajo.
Llegué antes que cualquiera de mis compañerxs. Me había asaltado una
sensación extraña. De repente me encontraba solo en un lugar donde muy pocos
tenían la mínima idea de qué significaba ese día. Para la gran mayoría sólo se
trataba de un feriado más impuesto por
nuestra “caprichosa” Presidenta.
Media hora más tarde la oficina se llenaba del bullicio de
lxs operadorxs. El café y el mate comenzaron a seducir mi sentido del olfato,
pero nada que me hiciera salir de esa sensación tan particular como, en algún
punto, incómoda.
El ambiente en general era de descontento. Mi ánimo también.
Pero había una diferencia coyuntural entre su decepción y la mía. La
coincidencia: ningunx de nosotrxs quería estar allí.
Ese día comprendí lo que significa el 24 de marzo para el
común denominador de la gente. Su deseo era estar en sus casas durmiendo o quizás
paseando con sus familias o amigos. Yo deseaba estar en casa preparando lo
necesario para asistir a la Marcha por la Memoria, Verdad y Justicia que cada
año organizan los Organismos de Derechos Humanos de la provincia.
MADRES CORAJE |
Son muchas las personas que no toman conciencia de lo que el
24 de marzo representa. Los hijos de la democracia porque jamás vivieron en
dictadura y los hijos de la dictadura por que jamás se comprometieron o, simplemente,
porque suponen que esta marcha está orquestada por el gobierno nacional.
Luego, en la tarde, nos reunimos con algunxs amigxs para
marchar acompañando a las Madres de la Plaza en su reclamo de justicia por sus
muertos y desaparecidos. Me embriagaba un sentimiento raro pero bello: una
mezcla de duelo y algarabía. Percibí por primera vez lo que significa realmente
empatizar. Entendí claramente aquello que Hebe siempre repite y que hasta
entonces no lo sentí: El Otro Soy Yo. Me
condolí con los hijos porque sentí que yo mismo podría ser uno de ellos, soy un
hijo de esa nefasta dictadura y hoy me siento un hijo de esas madres que tanto
sufrimiento las volvió fuertes e inquebrantables. Y me sentí feliz. Por fin
esta democracia da pasos firmes. Pensé en Alfonsín y disculpé sus leyes de
Obediencia Debida y Punto Final porque realmente había recibido una bomba de
tiempo e hizo lo que pudo. Me indigné con los indultos menemistas porque fueron
negociados del poder de turno, las corporaciones, los medios como el grupo
Clarín, la misma Iglesia que pretende ser ingenua, y esos nefastos que
desaparecieron a treinta mil personas.
Y finalmente me regocijé pensando en que es la primera vez
en la historia de la Argentina que un gobierno juzga y encarcela a los
genocidas, que elige la vía de los derechos humanos antes que los negociados
poderosos y que les da respuestas a las pobres viejas que han tenido que gastar
zapatos dando vueltas a las plazas de sus ciudades. Y pensé: la plaza San Martín no será lo mismo
sin las madres.