domingo, 25 de marzo de 2012

MADRES DE LA PLAZA, EL PUEBLO LAS ABRAZA.

La mañana comenzó temprano para mí. A las siete y cuarto me desperté y a las nueve ya estaba abriendo la puerta de la oficina en la que trabajo. 

Llegué antes que cualquiera de mis compañerxs. Me había asaltado una sensación extraña. De repente me encontraba solo en un lugar donde muy pocos tenían la mínima idea de qué significaba ese día. Para la gran mayoría sólo se trataba de un feriado más impuesto por  nuestra “caprichosa” Presidenta.

Media hora más tarde la oficina se llenaba del bullicio de lxs operadorxs. El café y el mate comenzaron a seducir mi sentido del olfato, pero nada que me hiciera salir de esa sensación tan particular como, en algún punto, incómoda. 

El ambiente en general era de descontento. Mi ánimo también. Pero había una diferencia coyuntural entre su decepción y la mía. La coincidencia: ningunx de nosotrxs quería estar allí.

Ese día comprendí lo que significa el 24 de marzo para el común denominador de la gente. Su deseo era estar en sus casas durmiendo o quizás paseando con sus familias o amigos. Yo deseaba estar en casa preparando lo necesario para asistir a la Marcha por la Memoria, Verdad y Justicia que cada año organizan los Organismos de Derechos Humanos de la provincia.

MADRES CORAJE

Son muchas las personas que no toman conciencia de lo que el 24 de marzo representa. Los hijos de la democracia porque jamás vivieron en dictadura y los hijos de la dictadura por que jamás se comprometieron o, simplemente, porque suponen que esta marcha está orquestada por el gobierno nacional.

Luego, en la tarde, nos reunimos con algunxs amigxs para marchar acompañando a las Madres de la Plaza en su reclamo de justicia por sus muertos y desaparecidos. Me embriagaba un sentimiento raro pero bello: una mezcla de duelo y algarabía. Percibí por primera vez lo que significa realmente empatizar. Entendí claramente aquello que Hebe siempre repite y que hasta entonces no lo sentí: El Otro Soy Yo.  Me condolí con los hijos porque sentí que yo mismo podría ser uno de ellos, soy un hijo de esa nefasta dictadura y hoy me siento un hijo de esas madres que tanto sufrimiento las volvió fuertes e inquebrantables. Y me sentí feliz. Por fin esta democracia da pasos firmes. Pensé en Alfonsín y disculpé sus leyes de Obediencia Debida y Punto Final porque realmente había recibido una bomba de tiempo e hizo lo que pudo. Me indigné con los indultos menemistas porque fueron negociados del poder de turno, las corporaciones, los medios como el grupo Clarín, la misma Iglesia que pretende ser ingenua, y esos nefastos que desaparecieron a treinta mil personas. 

Y finalmente me regocijé pensando en que es la primera vez en la historia de la Argentina que un gobierno juzga y encarcela a los genocidas, que elige la vía de los derechos humanos antes que los negociados poderosos y que les da respuestas a las pobres viejas que han tenido que gastar zapatos dando vueltas a las plazas de sus ciudades.  Y pensé: la plaza San Martín no será lo mismo sin las madres.