Recuerdo hace muchos años, más de diez, que salía al ruedo una muchacha colombiana bajita y morocha con una carga idealista que atraía a los más contestatarios, una belleza que seducía a todxs y una consecuencia entre su forma de vivir y las cosas que nos contaba de su vida en sus canciones que nos enamoraba.
Luego de cierto tiempo, cuando se daba a la tarea de conquistar otros mercados más rentables que el hispano parlante, se enamoró del hijo bobo del ruín ex Presidente Argentino Fernando De La Rúa y a partir de entonces, niña prodigio comenzó un proceso mutante irreversible en el que mucho tiene que ver Antonito, su ex novio.
A partir de entonces la música pasaría a ser una mercancía. Hasta entonces hacer música era su modo de canalizar emociones, sentimientos y sensaciones que tan bien sabía transmitirnos.
Ahora la globalizada y neoliberal Shakira no es más que un producto que cotiza en bolsa, todo aquello que supo ser quedó en el recuerdo de lxs que tarareábamos canciones como “Octavo Día”, “Pies Descalzos”, “Moscas en la Casa” y “Antología”.
Lo cierto es que fue simple para ella “vender su alma al diablo” y comenzar a hacer musiquitas de fácil digestión para ese público adormecido por otrxs artistas de poca monta como Britney Spears o J-Lo. Es lamentable cómo a partir de entonces no solo vende su pseudo música que raya el mal gusto sino también su dignidad.