lunes, 19 de marzo de 2012

HABÍA UNA VEZ...


Había una vez, en un tiempo no muy lejano, una niña que había nacido en un país conmocionado por las continuas luchas políticas inmersas en el resto del mundo bipolar donde la vida se dividía en comunismo y capitalismo.

Esa niña, que sentía y se expresaba como tal pero que su cuerpo era de niño, empezaba a crecer bajo el reinado de los monstruos dictatoriales que condujeron las políticas de la región durante toda la década del 70 y principios de los 80. Esa niña que no quería ser niño se vio obligada a esconder todo sentimiento contrario a su género biológico porque de no hacerlo esos monstruos hubieran acabado con su vida.

La cultura, la religión y la sociedad obligaban a esa niña a ser niño, pero el sentimiento de quién era ella en verdad pudo más y así se fue convirtiendo, transformando, como la mariposa, en una hermosa joven.

Pero ese mundo no estaba en condiciones de comprender que existía mucho más que esa dualidad dominante, entonces se convirtió en objeto de burlas y juicios de valores vetustos, primitivos, obtusos, decorosamente rancios, exigentes de una moral ignominiosa, excluyente, sectaria, intransigente, condenatoria de toda forma de felicidad y deseo separados de las tradiciones y costumbres infames de una sociedad recelosa.

Con el correr de los años esa niña que se transformó en esa joven, finalmente logro ser una mujer valiente y aguerrida que desafió toda norma preexistente. Y entendiéndose en su diferencia encabezó una lucha desigual contra el poder absurdo que las sociedades patriarcales imponen desde las costumbres rígidas que las iglesias asignan.

Su lucha fue decisiva en el reconocimiento de los derechos de muchxs otrxs que se encontraban en su misma situación. Pero no pudo ver su pelea ganada porque esa mujer valerosa un día no despertó.

Y esa niña que nació niño fue sepultada con un nombre que no le pertenecía, irrespetada y humillada por que su epitafio indicaba que en esa tumba yacía un hombre y no aquella mujer combativa que antes luchó por ser reconocida.

Hoy, lxs que la sobrevivimos, nos vemos en la obligación de reivindicar su memoria y su lucha exigiendo que todas las personas, se sientan quienes se sientan, se vean reflejadas ante el espejo y la sociedad con un documento que las legitime. Hoy tenemos que lograr que todas las Claudia Pía de nuestro país puedan vivir y morir dignamente.